Tendida en mi cama, hundida en mi almohada, oscuridad en mis ojos.
Manos acalambradas, dedos petrificados.
Piés hormigueantes, muslos abatidos.
Oídos internos tomaban mi pulso y mi corazón quería escapar de la cárcel carnivora en la que traté de retenerlo.
Mis ojos se abrieron y por la ventana entró la luz asombrosa que refrescó mi cara, mi casa, mi cama.
Bailé en un círculo de fuego y me entregaron la pluma porque era mi turno, nadie me robó la calma, mi ancestro astro estaba satisfecho porque por fín lo logré. Y por fín sus ojos de claro de luna atravesaron mi cuerpo y mi espíritu se fundió en uno, en mil, en los miles que somos uno.
Y desperté sana.
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