miércoles, 16 de diciembre de 2009

Extroscopía 35

Jugosa intranquilidad.
Ansiedad patológica por cualquier cosa, en cualquier momento.
Manos temblorosas que no me dejan en paz, ojos ardientes como ceniceros de vidrio.
Hija del sol, de la luna y de la tierra.
Hoja de árbol que con ayuda de un milagro sobrevive en el desierto.
¿Quién te acompañará a buscar la cena del jaguar?


En mi mente el recuerdo, de aquella noche en la que salí inerme, en a oscuridad absoluta de mi calle, tanteando con un pie cada paso por adelantado, temiendo caer (queriendo caer) pestañeando fuerte, como convenciéndome a mi misma de que tenía los ojos abiertos, que la oscuridad estaba ahí al alcance a mi mano y rozando mis mejillas secas y sonrojadas por el frío.

En mi mente el recuerdo de una tarde color naranja, ocre.... medianamente amarilla y adormilada.
Todos en silencio, todos en sus camas y yo deambulando por la casa, tan grande, tan hueca, tan seca, tan áspera y tan mía.
Me acerco a la ventana y veo el débil árbol que adorna mi puera, mecerse con la valentía de un mendigo, con la verocidad del viento.
Recuerdo las calles desiertas.
Recuerdo mi casa desierta.
Recuerdo mi corazón confuso e infantil, sintiéndo por primera vez lo que hoy, fácilmente llamaría nostalgia.

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