jueves, 15 de abril de 2010

Extroscopía 46

Reencoontré mis ojos, los antiguos y transparentes.
Los de antaño, época silenciosa. De sociabilidad mínima, de lo justo y un poco menos de los preciso.

Junté el polvo que solía posarse en mi boca.
La boca de lo indecible, la boca callada que tuve hace años.
La boca reventada, atropellada y convaleciente.

Me contagié de vuelta, con mi enfermedad anestesiada.
Los tímidos parásitos que convivían en mis células.

Me abracé de nuevo con la soledad antigua, la incomprensión y sus arrugas.
El anonimato y sus virtudes.

Me escondí entre las piedras y encontré mi escudo.
Me sentí invulnerable y ajena, como solía sentirme antes. Me sentí contenta de habitar lo abusrdo, de que nadie me conozca, de que nadie me hable, de que nadie me mire.
Tan contenta, con la melancolía interna, la que no abandona, la que no traiciona.

Me reencontré en mis pasos, rápidos y erráticos. Temerosos hasta la médula, patéticos y agradables, pusilánimes y tan profundamente míos.
Reconocí de inmediato el ser que solía ser. Reconocí de inmediato mi expresión burda, mis palabras tontas, mi cuerpo azotado.

Me reconocí y me quise de vuelta.
Me reconocí y me traje de vuelta.

1 comentario:

  1. justamente... son tantas las vibraciones que nos haces reconocer y quizas hasta no dar vuelta xD tk!

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